Una mirada poco afinada a la ciudad de Barcelona puede dar la impresión de que se trata de una ciudad que vive un gran momento. Las terrazas llenas, los restaurantes a buen ritmo, los teatros batiendo récords de asistencia en 2023... Todo un ejército de millones de turistas se suman a las clases medias de la ciudad para llenar terrazas y teatros dando la impresión de una ciudad triunfante en la que la gente disfruta de una vida muy gratificante.
Pero bajo esas luces brillantes hay otra realidad. Para observarla mejor conviene ir de abajo hacia arriba. Hagámoslo de forma rápida...
Abajo del todo tenemos a más de un millar de personas que viven en la calle (1.200 censadas y un número difícil de calcular, sin censar).
Justo por encima, tenemos a 700 familias (unas 2.000 personas más) que están en la lista de espera de una vivienda social tras ser desahuciadas. Esperan en pensiones y habitaciones en pisos compartidos. Entre ellas cientos de menores.
Luego tenemos a miles y miles de personas (y familias) compartiendo piso con desconocidos, viviendo en una habitación alquilada y en situaciones de vulnerabilidad económica evidente, que ven más cerca el quedarse “en la calle” que una salida motivadora. Especialmente grande el grupo de migrantes en situaciones administrativas irregulares y el de los jóvenes menores de 35 años con contratos precarios.
Por encima están las cientos de miles de familias que pueden gozar de una vivienda, aunque sea pequeña, pero que las pasan moradas para llegar a fi n de mes y viven el temor constante de caer en las situaciones dramáticas de los grupos antes citados. Son esas miles de familias que, teniendo trabajo, aún así son pobres.
De la situación límite de este grupo y del anterior tuvimos una buena muestra cuando la pandemia provocó un parón económico que, en pocos días, empujó a miles de familias a las que en su momento llamamos “colas del hambre”.
Recientemente, el desalojo de “La Tancada” (encontrarán información en las páginas centrales de este ejemplar) ha puesto en evidencia estas “dos Barcelonas”. Una treintena de personas que se habían instalado en dependencias de la antigua Escola Massana, en condiciones de salubridad, seguridad y convivencia que nadie desearía para sí mismo, que luchaban en la parte más baja de la pirámide económica y social de la ciudad, fueron desalojadas sin contemplaciones sin que se haya aclarado su futuro mínimamente.
Naturalmente toda persona de bien diría que antes de echarles de allí habría que buscar una solución a su situación habitacional para evitar que acaben en la calle. Pero claro, hay 700 familias (muchas con menores) esperando hace meses e incluso años una solución similar y el hecho de estar refugiados en la escuela Massana no puede ser el argumento que priorice la atención a sus necesidades. Un problema muy complejo que no tiene una solución simple.
Barcelona es una ciudad maravillosa. Pero no todos sus habitantes la pueden disfrutar de la misma manera. Hay cientos de miles de personas viviendo con una gran ansiedad, en situaciones de vulnerabilidad muy estresantes, personas que sufren. La ciudad no puede actuar como si no existieran, no puede “quitarlas de en medio” alegando que perjudican la convivencia o que estropean el espacio público.
En democracia, para mejorar la convivencia, todo el mundo tiene que asumir algunas renuncias, de eso no hay duda. Pero habrá que tener en cuenta que ciertas personas tienen tan poco que no pueden renunciar a nada más.
El Raval. Publicación independente de comunicación barrial desde 1994. N. 359. Junio 2024. p. 3
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