Cuando se empieza a vislumbrar con fuerza la crisis social y económica que trae asociada la pandemia de la Covid-19, emerge con la misma intensidad la necesidad de prestar atención a los más vulnerables de nuestra sociedad, que son y van a ser los grandes damnificados.
Es aquí cuando las onegés juegan un papel destacado. El problema es que solas no pueden. Todas realizaron un gran esfuerzo durante la primera ola del virus, que diezmó sus recursos.
Tampoco andan sobradas de voluntarios que realizan, de forma abnegada, tareas de apoyo escolar para alumnos en situación de vulnerabilidad.
El curso pasado, por poner un ejemplo, el Servei d’Intervenció Educativa de Pont Major, uno de los 53 puntos educativos activos que hay en la diócesis de Girona, atendido por Cáritas, tenía doce voluntarios y este curso solo hay dos.
No todos los estudiantes cuentan con un ordenador con el que seguir las clases telemáticamente en caso de confinamiento, y por eso el papel de estos voluntarios es básico para paliar los efectos de la brecha digital y asegurar a todos los jóvenes su derecho a la educación.
La Vanguardia. Creemos que… 15.11.2020. p. 2
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