Dos personas de orígenes y perfiles muy diferentes, radicadas ahora en el céntrico barrio bilbaíno de Indautxu, se han convertido en un ejemplo de cómo tender puentes sobre el enorme gap que separa las dos orillas del fenómeno migratorio. César de Miguel, ingeniero industrial y profesor jubilado, y Evans Isibor, migrante nigeriano de 34 años, son ahora profesor y alumno unidos en el objetivo de que el joven pueda sacar el graduado escolar para lograr “un trabajo digno”. Su aula improvisada, en plena calle, y su particular historia se han hecho muy populares en la capital vizcaína y han despertado la simpatía de buena parte de los vecinos. El docente jubilado acude cada mañana a resolver las dudas de su alumno de 34 años llegado en patera.
Aunque esta historia comenzó en el momento en el que se conocieron, hace ya algunos meses, su origen hay que buscarlo mucho más atrás, en la propia biografía del profesor De Miguel. “Creo que mi actitud y mi conducta con respecto a los inmigrantes tienen que ver con que yo también fui inmigrante. Además, me gusta socializar. Me gusta hablar con la gente, preguntarles cómo se encuentran e interesarme por su historia, particularmente en el caso de los inmigrantes”, explica.
César de Miguel abandonó con 9 años su Torquemada natal, en la provincia de Palencia, para recalar en la costera localidad de Bakio (Bizkaia). De las orillas del Pisuerga a las del Cantábrico, un paisaje humano muy diferente hace más de medio siglo: “Al comienzo, el ambiente se me hacía muy diferente y nos llamaban coreanos, aunque debo decir que nunca he sentido que me hayan tratado con desprecio y puedo subrayar que nos acogieron con nobleza. Pero nos veían como extraños; en mi pueblo también veíamos como diferentes a los trabajadores que vinieron a instalar la electrificación de alta tensión. Con el tiempo vamos conquistando la amistad de la gente y acercamos posturas, respondiendo a la necesidad de comunicarnos con el vecino”.
A base de su esfuerzo y el de su familia, De Miguel llegó a ser ingeniero industrial y durante décadas ejerció como profesor en la Universidad de Deusto. Ahora, ya jubilado, salvando las enormes distancias, ve un paralelismo con la historia de Evans Isibor. Se ha empeñado en que consiga el graduado escolar, el reto que les une cada mañana y cada mediodía en el centro de Bilbao; siempre en plena calle, en un banco o en portales que sirven como aulas improvisadas y donde Isibor, al tiempo que estudia, pide limosna. “Por favor, ayúdame para trabajar. Dios te bendiga”, reza el cartel que le acompaña.
“Llegué en patera a Algeciras, después de atravesar el desierto, cuando tenía 15 años. Estuve en un centro de menores en Madrid y he tenido diferentes trabajos. En Bilbao llevo cuatro o cinco años, y el objetivo ahora es formarme, lograr el graduado escolar y, probablemente, estudiar formación profesional. Eso me va a permitir tener un trabajo digno y un mejor futuro”.
Pese a todas las dificultades, Isibor cree que la suerte por fin le sonríe y afronta con determinación su reto. Vive en un piso compartido con otros migrantes en el barrio de Indautxu, y el tándem que conforma junto a César de Miguel se ha hecho muy conocido en la zona. Las miradas de complicidad de muchos vecinos son elocuentes, y también lo son algunos gestos de los vecinos que facilitan el gran reto de Isibor. “En la panadería de al lado me dejan una caja para instalarme aquí. Otros vecinos me han traído libros y me vienen a hablar. Una vecina viene cada mañana y me enseña algunas palabras en euskera. Me siento muy acompañado”.
El profesor De Miguel le ayuda sobre todo con las clases de lengua castellana y matemáticas, aunque también con las ciencias sociales y, en general, con todas las dudas que pueda tener. “A primera hora me llama o se pasa para ver si tengo dudas. Más tarde, al mediodía, viene a ayudarme un rato”, indica.
Su maestro se toma muy en serio su nueva misión pedagógica, aunque no esconde que detrás hay también una motivación que va más allá de su vocación docente: “Somos humanos, egocéntricos y tendemos a diferenciarnos, pero si hacemos el esfuerzo de acercamos nos damos cuenta de que no estamos tan lejos, pese a la raza, la edad o el sexo. Se trata de ir conociéndonos y acercándonos. De derribar muros”.
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