A medida que pasa el tiempo van cambiando las problemáticas de los barrios, fruto de la modificación de los procesos migratorios. Los barrios se van reconfigurando, de manera que van saliendo nuevas problemáticas y situaciones que nos llevan a la necesidad de adaptar las respuestas que damos. A veces, los hechos son reales y otras veces no lo son, pero sí lo son las percepciones que tenemos. En cualquier caso, es necesario adaptarse a la realidad.

De ahí la necesidad de legislar, dado que ahora tenemos una situación diferente a la que teníamos hace unos 40 años, cuando se hicieron las normativas actuales de convivencia. Esto es lo que se pretende, por ejemplo, con el Pacte per Ciutat Vella, en el que se van implicando todos los agentes del territorio, para mejorar la convivencia.

En algunos sitios tenemos situaciones de inseguridad, conflictos respecto a las drogas, momentos de incivismo, etc. que debemos afrontar.

Existen diferentes formas de tratar el cuidado de los drogadictos en función de su procedencia. Pero un factor clave en la solución de problemas es la ayuda de la familia. Y aquí se produce un vacío notable en muchos jóvenes migrados, porque no tienen familia “real e inmediata”: les falta el cojín de apoyo en los momentos decisivos.

En muchos casos, este cojín lo van consiguiendo en la escuela o en una de las muchas entidades sociales, que salen adelante fundamentalmente por la colaboración de voluntariado y el apoyo económico de diversas fundaciones y de la administración.

Y finalmente, otro problema que ha aparecido es el “síndrome de los penúltimos”: personas llegadas en las primeras oleadas de inmigración, que recibían ayudas porque estaban muy “sin nada”, han conseguido mejorar su situación económica y ya no necesitan estas ayudas, que se destinan a quienes han llegado últimamente y que están peor. En ocasiones esto origina situaciones de protesta y reclamaciones de la ciudadanía, que es aprovechado por algunos grupos fomentando la xenofobia.