En los procesos de acogida que genera la inmigración, se comprueba que estas personas vienen porque tienen hambre, y debemos conseguir que tengan ganas de estar aquí, para facilitar la convivencia y la paz social.

Dada la globalización, la tendencia es que progresivamente vendrán más, y además los necesitaremos para mantener la sociedad que tenemos, puesto que con la crisis demográfica no tendremos capacidad de subsistencia.

La acogida no debe ser paternalista ni racista, ni impositiva (como el modelo francés) sino de inclusión. Y en este aspecto tenemos una gran red social que lo facilita: las escuelas, el sistema sanitario, las entidades, las parroquias, las instituciones públicas y la gente, mucha gente que ayuda a los demás.

En el barrio del Raval, por ejemplo, se va consiguiendo una convivencia viable, la inclusión social y se van disolviendo los guetos endogámicos que, incluso, en ocasiones son físicos, dado que los distintos espacios públicos los utilizan diferentes grupos de inmigrantes.

Llegando al trato personal, muchas veces por medio del voluntariado, es como las personas se sienten queridas y valoradas.

Una buena convivencia pivota sobre estos pilares: educación, vivienda, trabajo y atención sanitaria. El gran problema es la vivienda. En el ámbito de la educación, cada vez se ven más las ventajas y los resultados del modelo de formación profesional dual.