Nos encontramos en unos momentos de creciente pobreza, con unas expectativas de futuro que no son muy buenas, aunque los poderes públicos no lo dicen abiertamente. En cambio, sí lo anuncian los analistas, el mundo empresarial y las entidades que dedican su esfuerzo a que las personas no caigan en la exclusión social y la marginación.

Al mismo tiempo es una pobreza extraña. Tienen móviles de última generación, siempre con chuches... pero después no tienen dinero por lo importante: alimentación, vivienda, etc. Mucha gente para terminar el mes debe tirar de la Visa. En casi cuatro millones de familias, en las que viven más del 27% de los niños españoles, la alimentación es deficiente. Es una situación muy precaria.

Durante años los abuelos han ayudado a las familias con los ahorros, pero ahora se han acabado, y deben recurrir a la asistencia social, tanto pública como de entidades privadas. Esto comporta que estas personas tengan un horizonte a muy corto plazo: anhelos de ganar dinero y sobrevivir.

Por eso es importante que los hijos de estas familias consigan el éxito escolar y la inserción laboral: es la clave de su futuro.

Otro ámbito que cuesta afrontar es la inculturación. Muchas veces vemos la debilidad de nuestra sociedad para favorecer la inculturación, la integración de las generaciones inmigradas y la cohesión social. Muchos inmigrantes tienen una cultura fuerte, especialmente fuerza de voluntad e hijos, que nosotros no tenemos. La demografía cambiará los parámetros, mayorías y capacidad de integración.

Al mismo tiempo, las dificultades en la regularización no favorecen una rápida consolidación de la cohesión social, y a veces degenera en situaciones de violencia. Afortunadamente, las muchas entidades solidarias existentes hacen que la situación no haya estallado, pero se está llegando a un límite que debemos saber gestionar con eficacia.