La situación de los inmigrantes va variando, pero -aunque cada vez tenemos más experiencia- se van repitiendo unas constantes que nos lleva a veces a la frustración y al pensar que "esto no tiene remedio".
Nos encontramos con una hipócrita distinción que se ha enquistado en Europa: migrante y refugiado. Cuando resulta que la realidad es que son personas que migran para mejorar su vida. No podemos aceptar que hay dos tipos de pobreza: la material y la política.
Ahora mismo, en el momento álgido del invierno, se repite la situación de hogares con pobreza energética. Les puedes regalar un radiador, pero la familia no tiene dinero para pagar el consumo, y en muchas ocasiones la instalación eléctrica no tiene ninguna potencia ni garantía. En las entidades que reparten comida se observa que los usuarios no quieren legumbres que no estén cocidas, porque no tienen energía para cocinarlas.
Con la nueva inmigración, los inmigrantes de generaciones anteriores se sienten desplazados, porque los "nuevos" les quitan las prestaciones, ya que son mucho más pobres que ellos. Y esto provoca xenofobia.
Hay que incidir en la formación de los inmigrantes, que es la clave de su integración social. Dar cultura y formación, pero también saber explicarles y exigir que no sólo son sujetos de derechos, sino también de deberes.
Constatamos que las instituciones fundamentales para la integración de los inmigrantes no son instituciones políticas, sino sociales, que deben desarrollar nuevas estrategias de integración y deben saber transmitirlas a la clase política.
Por otra parte, los medios de comunicación deben hacer un esfuerzo para no generar discursos xenófobos, que se generan cuando muestran situaciones con los inmigrantes en el que se ve que parece que se les da todo. Porque el peligro es que esta xenofobia termine tomando un discurso político que se convierta en un factor sociopolítico distorsionador.