La diversidad de participantes en la conversación de hoy nos ha llevado a repasar el papel de las familias en el proceso migratorio.

 

La migración de una parte de la familia conlleva unas separaciones afectivas que -aunque sean temporales- afectan mucho a los hijos, pues cuando ya se puede volver a hacer la reagrupación familiar, la situación no es la misma, ya que durante un tiempo más o menos largo, han vivido sin padre o sin madre, o sin ninguno de los dos, porque se han quedado al cuidado de los abuelos.

 

Esto desarrolla mucho el factor de la resiliencia: ser capaces de superar muchas contradicciones. En los hijos, por la lejanía de los padres, y en los que han migrado por la lejanía familiar y por las dificultades de todo orden que deben afrontar: soledad, falta de documentación, vivienda, pobreza, etc.

 

La adolescencia es un momento especialmente delicado. Por eso ayuda mucho el trabajo en red de las escuelas y muchas entidades dedicadas al apoyo socioeducativo, que facilitan el conocimiento, la relación y también la posibilidad de que estos adolescentes conecten con una persona que se va convirtiendo en un referente y un amigo. La ayuda económica de la Caixa y otras fundaciones, así como de la administración pública, es fundamental para sacar adelante los proyectos.

 

Las dificultades para conseguir la documentación que les permita la residencia y -sobre todo- el trabajo es una de las cuestiones fundamentales. Una vez superada esta fase, algunos colectivos -por ejemplo los pakistaníes o los chinos- tienen un empuje y una capacidad de lucha envidiable, y son emprendedores.

 

Muchas familias procedentes de otros países son familias numerosas. Suelen frecuentar las actividades de las asociaciones, pero les cuesta el hecho de asociarse, no por la cuota -casi simbólica- sino por el hecho de no querer ataduras.