Vamos observando que, bajo el argumento de la profesionalización con el deseo de ofrecer un servicio de "calidad", las ONG se van convirtiendo en empresas de servicios con un alto número de personal contratado. Esto conlleva un gasto que sólo se puede afrontar con el apoyo de la administración, lo cual crea una dependencia que poco a poco va modificando los valores y fines específicos de las entidades, porque están supeditadas a unos parámetros para recibir las subvenciones.

 

Asimismo, se puede ir perdiendo el valor fundamental del voluntariado, que es la transmisión "intangible" de la generosidad, y esto repercute en la cohesión social, y en la atención de las personas, especialmente en la lucha contra las carencias afectivas, porque el afecto es personal.

 

La burocratización de las ONG es un peligro grave que puede conllevar su desvirtualización y con el tiempo su desaparición, si se disminuye el espíritu de servicio a los demás con el que empezaron. Para evitarlo es necesario que los responsables y el voluntariado encuentren una gratificación afectiva en su trabajo, que les impulse a seguir luchando para conseguir los valores que se propusieron, superando las dificultades. Ayuda mucho en conseguir este objetivo el hecho de que haya una verdadera "piña" entre los voluntarios y los "beneficiados".

 

En el proceso de maduración de los jóvenes se va observando en muchos casos la consolidación mental de una situación idílica que los lleva a no tener los pies en el suelo. Así, por ejemplo, piensan en el trabajo buscando unas gratificaciones económicas fuera de lugar, que automáticamente los descarta en los procesos de selección de las empresas. Muchas veces esto es fruto de una educación muy blanda, con falta de exigencia, que los hace muy vulnerables. No han tenido que sufrir, y les parece que las cosas se consiguen sin esfuerzo.