You are using an outdated browser. For a faster, safer browsing experience, upgrade for free today.

Noticias

Glenn Caliba, el ingeniero que no cree en imposibles

Ha hecho bueno el sacrificio de sus padres, llegados de Filipinas hace tres décadas. Ha terminado la carrera de informática y tendrá trabajo.
 
Este artículo de Joan Serra, publicado en el diario ARA en su primer aniversario, habla de cómo los hijos de la inmigración rompen barreras en Cataluña.
 
JOAN SERRA
 
Los padres no pudieron reprimir las lágrimas el día que hicieron a la idea de que su hijo mayor, engendrado en el barrio del Raval de Barcelona, ​​se graduaría en la universidad. El éxito académico del primogénito de tres hermanos significaba la culminación de un trayecto iniciado en los años 80, cuando el matrimonio - Martina Ramos era comadrona y Amancio Calibre profesor en una escuela de ingeniería - abandonó Filipinas en busca de un nuevo horizonte vital.
 
Las renuncias y los años de sacrificio limpiando casas, un trabajo que siguen haciendo, han servido para conseguir que Glenn Caliba, de 24 años, acabara este verano los estudios de ingeniería informática en la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC). Sólo le falta el proyecto final de carrera, pero ya está haciendo prácticas en una empresa del sector. "Cuando vi que lloraban de emoción comprobé que estaban muy orgullosos del trabajo que había hecho. Si tus padres se esfuerzan tanto, tú debes hacer lo mismo ", razona el joven catalán de origen filipino. Los hermanos siguen sus pasos. El del medio - Gershon, de 19 años - estudia farmacia en la Universidad de Barcelona (UB), y el pequeño - Génesis, de 17 años - quiere hacer medicina. "Han entendido que estudiar es el camino", puntualiza el hermano mayor.
 
Glenn Caliba es el primer titulado universitario que ha pasado por las aulas de la asociación Braval, que desde hace más de una década apoya a jóvenes del Raval que reclaman una mano. En un barrio con la mitad de población inmigrante y en el que un 72% de los habitantes sólo tienen estudios de primaria, muchas entidades han entendido que la formación es sinónimo de sociedad cohesionada. "Hice la ESO sin problemas, pero los primeros meses de bachillerato vi que tenía carencias, y un amigo me habló de una biblioteca donde ayudaban a estudiar", explica Caliba. El Braval, donde se dan clases extraescolares a alumnos de una treintena de nacionalidades, fue su academia gratuita, una segunda casa. "Cuando tienes un problema, en vez de quejarte, tienes que buscar una solución, y por desgracia muchas veces estamos instalados en la cultura de la queja". Aquellas horas de refuerzo dieron frutos. Ha completado la titulación de informática sin repetir cursos, un recorrido que ha hecho compatible con la carrera de piano en el conservatorio, enriquecida después con clases de órgano y violín. "Todavía no sé cómo lo he compaginado todo", admite. La tenacidad y la pasión por Bach -que cultiva los sábados con un grupo de amigos amantes de la música clásica - fueron argumentos suficientes para obrar el milagro.
 
Un futuro bien encaminado
Caliba mira adelante con decisión y pone su talento a disposición del mercado laboral. Habla seis lenguas -catalán, castellano, inglés, alemán, locano y tagalo, las dos últimas, propias de las Filipinas -, ha estudiado en el extranjero - fue medio año a Karlsruhe, donde aprendió el alemán - y los que han convivido con él elogian su capacidad de trabajar en grupo. Tiene bien encaminado el futuro. Si supera unas pruebas en la empresa donde hace prácticas, tendrá el trabajo que buscaba recién salido de la facultad. La forma como ha progresado ejemplifica el éxito que persiguen los hijos de la inmigración, una generación que rehuye la etiqueta de recién llegado. Si se sale habrá triunfado la sociedad plural, la ciudadanía que se impone eliminar barreras. Caliba quiere devolver todo lo que le han dado: "Tengo un deber con la sociedad. Sé que nadie espera nada de mí, pero quiero ayudar de alguna manera, porque sería como decir gracias por todo ". Hace tiempo que pone su granito de arena a la asociación Braval. Ahora es él quien aconseja a los adolescentes que buscan una mano, los que buscan respuestas para no quedar atrás. Este papel de voluntario le insufla energía.
 
Se pasea con una sonrisa tímida por la calle Joaquín Costa, en su Raval natal, de donde no quiere irse porque entiende que es un lugar idóneo para vivir, aunque se había imaginado progresando en Alemania. "Valoro de ellos la eficiencia que tienen en el trabajo y las facilidades que ponen para formarse". Quizás su poso espiritual - la familia abraza la iglesia adventista - explica la reivindicación de la cultura del esfuerzo, que ha mamado en casa. Las creencias profundas en él influirán, por ejemplo, a la hora de encontrar pareja, una tarea arrinconada hasta ahora a favor de los estudios. "No me importa el origen que tenga, pero las creencias son más relevantes", reflexiona el informático. Le gustaría casarse y tener hijos, para emular el camino dibujado por los padres, aunque es consciente de que hay cuestiones que no son planificables. Para los asuntos que no dependen del azar esgrime un lema, clarificador en tiempos de incertidumbre. "Los retos se deben afrontar, nunca sabes qué pasará si no lo pruebas", concluye Caliba. Palabra de quien no cree en imposibles.