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Pobreza en Barcelona

Cohesión social
La Vanguardia. Editorial 18.12.2021
Familia
Pobreza
Solidaridad
Marginación

Cuatro de cada diez familias con niños y adolescentes a su cargo se hallan en situación de exclusión social. Son datos del tradicional informe de Navidad de Caritas, relativo a la situación en la diócesis de Barcelona, cuya edición del 2021 hizo ayer pública. En el ámbito de las familias monoparentales, el problema es aún más serio: una de cada dos familias se halla en dicha situación. Y una de cada dos familias con niños y adolescentes a su cargo tiene dificultades para llegar a final de mes.

Estos datos ofrecen una punzante imagen de la realidad y de la extensión de la pobreza en nuestra sociedad. Los pobres no son un grupo social que viva, exclusivamente, en determinadas barriadas alejadas del centro de la gran ciudad, allí donde buscan­ refugio los desfavorecidos. Los pobres, a tenor de estos datos recogidos por Càritas, que son un adelanto del informe­ Foessa 2022, moran también en la mayoría de los barrios, aunque no siempre sean visibles si no mendigan en las calles.

La pobreza no es únicamente una condición económica menesterosa. Es algo peor que eso, puesto que empaña todos los aspectos de la experiencia vital. “La pobreza –dijo Samuel Johnson– es un gran enemigo de la felicidad humana. Ciertamente, destruye la libertad, convierte algunas virtudes en impracticables y otras en extremadamente difíciles”. Quien vive sumido en la pobreza no suele disfrutar de su existencia.

Una persona en situación de exclusión social no es simplemente alguien privado de recursos. Es también alguien a quien a menudo se niega la dignidad y, por tanto, una condición humana plena. Lo cual resulta siempre lamentable. Y, con mayor motivo, cuando la víctima de la pobreza es un niño o un adolescente, todavía sin medios para valerse por sí mismo, condenado desde edad temprana a una vida de privaciones, de exclusión, de marginación.

Siempre hubo pobres. Y no se avista en el horizonte el día en que no los habrá. Pero nuestro presente quizás no sea mucho mejor que el pasado inmediato. La pandemia ha agudizado este problema crónico. En los cerca de dos años que llevamos sumidos en la crisis de la covid, los índices de pobreza han crecido de modo apreciable. El 20% de las familias con niños o menores a su cargo vive ahora en la diócesis de Barcelona sin ningún ingreso, un porcentaje que se disparó desde el inicio de la pandemia.

Este incremento coyuntural agrava un índice histórico ya muy duro. La tasa de pobreza entre niños y adolescentes en España y en Catalunya siempre ha sido superior a la media europea. De hecho, España es el tercer país europeo por este concepto. Lo cual nos sitúa en una posición muy destacada de una lista en la que preferiríamos no figurar.

La pobreza es, por tanto, aunque nos pese reconocerlo, un rasgo de nuestro país. Lo es por distintas razones. Entre otras, porque el gasto social que podría limitar esa realidad penosa que sufren tantas familias y tantos hijos de tales familias no está en nuestro país muy desarrollado. En realidad, queda muy por detrás de la media de la Unión Europea. Aquí representa el 1,3% del PIB. En el marco comunitario supone el 2,4% del PIB.

En estas fechas prenavideñas, cuando se dispara el consumo y el comercio se rehace parcialmente tras un periodo muy difícil, el recuerdo y la manifestación de esta pobreza extendida y cronificada quizás parecerá a algunos inadecuado. Pero eso no impide que esté ahí, a la vuelta de la esquina. Ni que nos interpele y nos anime a preguntarnos si podemos contribuir en alguna medida a paliarla y a atenuar el quebranto de quienes la sufren.

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